El incidente ovni en la base de Pucalpa
Published by Es-Charly under on octubre 12, 2024Era mediados de 1983. Nos habían asignado a mi destacamento y a mí a una base militar en Pucallpa. En esa época, la amenaza terrorista era constante, y antes de nuestra llegada, el capitán había recibido informes sobre ataques y emboscadas recientes. Un mes antes, nuestra patrulla había sido emboscada. A pesar de que las bajas en nuestro destacamento fueron pocas, algunos terroristas lograron escapar. Eso nos inquietaba profundamente, porque sabíamos que podían volver por nosotros a cobrar venganza. Nuestros sentidos estaban agudizados, siempre en alerta. Sabíamos que estos hombres conocían el terreno como la palma de su mano, y aunque nuestra vista podría fallarnos, confiábamos en nuestros oídos para advertirnos de cualquier cosa. Pero ni siquiera eso sería suficiente para la experiencia que estabamos por vivir.
La base militar se encontraba en las profundidades de la selva, lejos de cualquier civilización. Al llegar, nos dirigimos a la comisaría local, abandonada días atrás. Tomamos las pocas reservas que habían en ese lugar, comida y medicinas y las llevamos a la tolva del camión rumbo a la base. Los soldados organizaron el lugar y se instalaron rápidamente, algunos salieron a patrullar e interrogar a los pocos pobladores que quedaban. Aunque se resistían a hablar por desconocimiento y desconfianza, todos coincidían en que no había habido ataques ni pintas recientes. Nadie había visto ningún hecho extraño. Solo un poblador afirmó haber divisado una columna terrorista dirigiéndose al pueblo, pero que huyeron aterrorizados al toparse con una luz extraña que emanaba desde lo más profundo de la selva.
A medida que caía la noche, el ambiente se volvía cada vez más opresivo. La oscuridad en ese lugar era total, un manto negro que lo cubría todo, y el silencio era aún más asfixiante. Los ruidos habituales de la selva, el canto de los grillos, el susurro de las hojas, habían desaparecido por completo. Solo quedaba una quietud espesa, como si el propio aire se hubiese congelado. Pero no estábamos solos. Lo sentíamos. Algo estaba ahí, acechándonos, observando cada movimiento. Los soldados mantenían sus armas firmemente agarradas, sus miradas erráticas. El miedo comenzaba a apoderarse de nosotros, como una sombra que se arrastraba lentamente, hundiéndose en nuestra piel.
De repente, un crujido a lo lejos. Algo moviéndose entre la maleza, casi imperceptible, pero ahí estaba. Los soldados intercambiaron miradas nerviosas, cada uno tratando de convencer al otro de que había sido el viento, una rama rota, cualquier cosa excepto lo que realmente temían. Entonces, otro sonido, esta vez más cerca, como el susurro de pies arrastrándose por el suelo. Las luces del campamento parpadearon un instante, y una corriente de aire frío nos recorrió, helando la sangre en nuestras venas. El silencio era abrumador, y todos sabíamos que no era natural. Algo se movía entre las sombras, pero no podíamos verlo. Nuestros sentidos estaban alerta, nuestros miedos se apoderaban de nosotros y temíamos estar rodeados por terroristas.
El capitán y el teniente trataban de mantener el control, dando órdenes firmes, pero sus voces traicionaban sus sentimientos, había una tensión creciente alrededor y todos los sabíamos.
Algunos soldados comenzaron a caminar en círculos, formando un perímetro alrededor de la base, sus respiraciones pesadas resonaban en la oscuridad. La sensación de ser observados se hacía más intensa con cada minuto que pasaba. La luz parecía habernos abandonado, dejándonos expuestos en esa negrura impenetrable. Cada crujido, cada paso que escuchábamos en la distancia, nos hacía temblar. La idea de una emboscada nos mantenía en un estado de alerta constante.
Y entonces, sin previo aviso, una sensación inexplicable se apoderó de nosotros. Algo invisible, pero palpable, flotaba en el aire, como una presencia que nos rodeaba y nos aplastaba con su peso. Sentíamos que algo terrible estaba a punto de suceder, aunque no sabíamos qué. El capitán y el teniente, siempre serenos, empezaron a mostrar signos de inquietud. Parecían tan indefensos como nosotros, de repente una luz se asomó entre los árboles y dos soldados fueron en su persecución. Los soldados se adentraban más en la selva y sentían que se acercaban pero cuando llegaron no encontraban nada. Otros soldados en alerta también seguían a los posibles sonidos.
Nosotros, los que nos quedamos en la base nos pusimos en posición de alerta. Los nervios se apoderaban de nosotros, el miedo a ser atacados era constante. De pronto, un cambio brutal en el ambiente se apoderó de nosotros, el silencio se tornó insoportable, aplastante. Los reclutas intentaban controlar el temblor en sus manos, pero sus rostros delataban el terror que sentían. La espera era insoportable, como si el tiempo se hubiera detenido, cada minuto estirándose más allá de lo humanamente soportable. Algunos deseaban que el día llegara pronto, pero la noche parecía alargarse, envolviéndonos en su oscuridad infinita.
El capitán y el teniente, tratando de calmar la situación, se mostraban despreocupados. Creían que la amenaza solo estaba en nuestras mentes, que los terroristas no estaban cerca. De repente, uno de los soldados apunto a la puerta y los demás hicieron lo mismo, era otro soldado que había regresado de patrullar y comentaba que no habían encontrado nada, luego llegó otro soldado informando lo mismo.
El capitán recuperó la serenidad y comenzó a exclamar que todo estaba en nuestras mentes. Ya el destacamento reunido se abrazó y se dieron aliento mutuo. Pero uno de los soldados no se unió a las risas nerviosas. Permanecía en silencio, con la cabeza gacha, sus hombros tensos y sin nombrar ninguna palabra, el grupo ya estaba contado y aquel soldado era un desconocido en el grupo, entonces, el aire mismo pareció congelarse, el ambiente a ponerse tenso y un miedo se apoderó del lugar,
—¿Quién eres? ¡Identifícate! —gritó el capitán, la voz temblorosa, pero firme.
Nos giramos rápidamente, alertados. Algunos soldados, sin dudar, sacaron sus armas y apuntaron hacia la figura en la oscuridad que se reflejaba apenas por el pequeño foco en el lugar. Aquel soldado levantó lentamente la cabeza. Al verlo, sentimos cómo el miedo se apoderaba de nosotros. Era idéntico a uno de los soldados que estaba de pie a su derecha. Este último estaba congelado, incapaz de procesar lo que veían sus ojos. Los demás, incrédulos, bajaron sus armas poco a poco, mientras otros las sostenían con las manos temblorosas.
—¿Quién eres? ¡Maldita sea! ¡Identifícate! —repitió el capitán, esta vez más alterado, el miedo claramente reflejado en su voz.
La entidad no dijo nada. Simplemente se dio la vuelta, empujó la puerta de trapos y comenzó a correr. El capitán, los soldados y yo lo seguimos rápidamente. Su velocidad era inhumana, y aunque corríamos con todas nuestras fuerzas, no logramos alcanzarlo. Algunos soldados intentaron apuntar, pero sus manos temblaban, y el ente seguía cambiando de forma, tomando los rostros de aquellos que lo perseguíamos. A medida que lo alcanzábamos, su figura se deformaba, como un espejo retorcido de nuestros peores temores.
Finalmente, sin escapatoria, la criatura se detuvo. Bajó la cabeza, y el capitán, jadeando, levantó su arma, apuntando directamente a su rostro. Pero entonces, la criatura levantó su cara nuevamente, ahora idéntica a la del capitán. Este, al ver su propio reflejo en ese ser, quedó paralizado por el terror.
—¿Qué clase de abominación es esta? — exclamó el capitán nervioso
Y en ese instante, la criatura aprovechó para escapar, desvaneciéndose en la espesura de la selva. En el cielo, una luz brillante se encendió por un breve momento, dirigiéndose hacia Brasil, dejando atrás solo el eco de nuestro miedo.